19 noviembre, 2009

Simplemente niégalo...

En una tarde fría de sol cálido te encontrabas divagando por el parque intentando decidir entre un café o un vaso con agua. Te gustaba tanto el olor y la textura de un expreso, que ante la tentación caíste sentada en el sillón rojo de Café Tostión. La tarde era increíble y tu cara irradiaba un aura de soledad increíble. Sensación extraña. Recuerdo que estabas cansada y en ese momento tan sólo en tu mente cabía la pareja del lado y lo mucho que detestabas el dulce y las cosas frías. Un helado, un chocolate, una cucharada de arequipe eran tus peores enemigos. Tal vez estabas tan fatigada que tu nivel de tolerancia te llevaba a un extremo de orgullo y apatía que no te iba bien. Pero estabas alegre, porque todo había estado de acuerdo al cronograma gris del día a día. Dudabas entre el café y un mate.

Era un día extraño. Siempre te podía encontrar en tu casa, lugar que deseabas por completo y donde permanecías como si fuera tu complemento. Esta tarde estabas en el parque debido a que los deberes te obligaban, pero luego de una rutina complicada de trabajo estabas disfrutando la idea de volver a casa. Te encantaba estar sola. Caminar sola. Dormir sola. Leer sola. Pensar sola. Comer sola. Soledad.

Te gustaba tan sólo leer libros de ciencia y matemática; de historia y filosofía. La ficción te aburría y por eso preferías evitar los cinemas que te parecían un escándalo para la imaginación y la subjetividad. También preferías evitar toda “pérdida de tiempo” en donde cabía un deporte, escuchar música, ver un poco de televisión, jugar o ir a bailar un poco. Por cierto, no te gustaba la música y si en algún momento sentías la obligación de escuchar un sonido, preferías colocar a Beethoven a tocar una de sus melodías. Solamente una.

Los gatos no los podías aguantar; los gatos negros son de mala suerte, decías con seguridad. Sin embargo, no creías en nada. Sólo en la suerte y en el azar, más no te gustaba el riesgo y preferías dejar de querer, antes de arriesgarte con nuevas aventuras. No te gustaba los besos, no te gustaba que te tocaran, mucho menos con la más pequeña muestra de cariño, no te gustaba comprar, la lluvia, las piscinas, las comidas rápidas, los masajes, sonreír, abrazar, hablar por teléfono,…

Menos mal, luego de haberte espiado por el parque y haber llegado al café me he dado cuenta de todo. Y con todo esto estoy feliz, porque tengo claro que no te necesito. Nada de mi te necesita simplemente no me gusta nada de ti. Creo que eres tan diferente a todo eso que me gusta que nunca podrías hacerme feliz. Me alegra darme cuenta de todas estas cosas y aun más reafirmarlas justo antes de mi viaje a Lyon. Me alegra tanto que tus recuerdos son vagos y pasajeros; vuelan por el aire y se deslizan como hojas con facilidad. Pero por alguna razón tenía que expresar todo esto y aun no entiendo. Una extraña razón que me ha hecho escribir con fuerza, y por un momento me hace pensar que simplemente debes negarlo TODO.

RaC