Fácil rememorar cada uno de los ambientes que la memoria tiene guardados en espacios secretos, intangibles, inamovibles: los amaneceres en las llanuras del Casanare o el lago de Tota, el atardecer en lo más alto de los Pirineos españoles o en los acantilados de la Route des Crêtes, la luz del medio día en la duna de Pilat o en los campos de girasoles belgas, el anochecer en Cartagena o en Bogotá. Los recuerdos se adornan de colores y sensaciones. Los grandes pintores se ven descubiertos y Le Parlement, effet de soleil o Soleil Levant se convierten en interpretaciones terrenales de una obra plena, completa y dinámica compuesta por un autor indescriptible, por la vida misma, por la realidad y sus detalles.
Hacia el oriente se estancan los colores pálidos/pasteles, la bruma sobre el agua, algunos contornos oscuros de las colinas que bordean el camino a Genève. Distantes. Etéreos. La luz parece esconderse a sus espaldas, escabulléndose intrépidamente entre las montañas, llegando gradualmente incluso a iluminar las más lejanas y creando un efecto óptico de fusión con aquella nube oscura y purpura que predecía el desfile atípico de sombrillas en verano. Y todo empieza a tornarse estático. Las aves dejan de discutir. Le pasan su discurso a los grillos y los bichitos invisibles. Del costado opuesto del lago empiezan los pequeños destellos artificiales de neón, de luz, de vida. El reloj del College de Beaulieu marca juiciosamente las nueve y seguido se escuchan las nueve campanadas . . . . . . . . . Los faros de las aceras y de los coches se iluminan. Las montañas más lejanas desaparecen tras el telón. La música y la ciudad se hacen escuchar en la distancia. Y la noche empieza.
RaC
No hay comentarios.:
Publicar un comentario