08 agosto, 2014

Monet descubierto

Ocho treinta. En uno de aquellos lugares que mágicamente ha dejado en el olvido la costumbre citadina, se esfuman por el suroriente del Lac Leman los rastros de una llovizna leve y pasajera. Las condiciones del tiempo imprevisibles -detestables para los meteorólogos, óptimas para el espectador- presentan brisas primaverales, abejas que aprovechan los últimos rayos de luz para culminar su jornada, y aves que hablan entre ellas a mis espaldas en lo más frondoso de los árboles. Entre tanto, la mezcla difusa de agua calma y nubes bajas prolongadas hacia la frontera francesa se ve perturbada por el contraste fuerte del sol en la cara más próxima de los Alpes. La montaña se torna clara, fresca, desnuda ...

Fácil rememorar cada uno de los ambientes que la memoria tiene guardados en espacios secretos, intangibles, inamovibles: los amaneceres en las llanuras del Casanare o el lago de Tota, el atardecer en lo más alto de los Pirineos españoles o en los acantilados de la Route des Crêtes, la luz del medio día en la duna de Pilat o en los campos de girasoles belgas, el anochecer en Cartagena o en Bogotá. Los recuerdos se adornan de colores y sensaciones. Los grandes pintores se ven descubiertos y Le Parlement, effet de soleil o Soleil Levant se convierten en interpretaciones terrenales de una obra plena, completa y dinámica compuesta por un autor indescriptible, por la vida misma, por la realidad y sus detalles.

Hacia el oriente se estancan los colores pálidos/pasteles, la bruma sobre el agua, algunos contornos oscuros de las colinas que bordean el camino a Genève. Distantes. Etéreos. La luz parece esconderse a sus espaldas, escabulléndose intrépidamente entre las montañas, llegando gradualmente incluso a iluminar las más lejanas y creando un efecto óptico de fusión con aquella nube oscura y purpura que predecía el desfile atípico de sombrillas en verano. Y todo empieza a tornarse estático. Las aves dejan de discutir. Le pasan su discurso a los grillos y los bichitos invisibles. Del costado opuesto del lago empiezan los pequeños destellos artificiales de neón, de luz, de vida. El reloj del College de Beaulieu marca juiciosamente las nueve y seguido se escuchan las nueve campanadas . . . . . . . . . Los faros de las aceras y de los coches se iluminan. Las montañas más lejanas desaparecen tras el telón. La música y la ciudad se hacen escuchar en la distancia. Y la noche empieza.

RaC

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